No me resulta difícil recordar la última vez que coincidí con el flamante nuevo presidente de Ganvam, Jaime Barea. Fue en la reunión del jurado de los premios de la Gala de Talleres de Cesvimap. Compartimos una intensa mañana de deliberaciones y conocimiento de las candidaturas. Y al final, durante la comida, le pude sondear por sus opciones de liderar la asociación, al formar parte de la candidatura ganadora de las elecciones celebradas a finales de mayo, que encabezó José Elías Mera.
Atisbé en su gesto de respuesta un atisbo cierto de posibilidades reales de ocupar el cargo. Con su inseparable sonrisa y su habitual prudencia y amabilidad, marca de la casa, regateó con habilidad la cuestión. Lógico. Conocido su nombramiento, lo primero que se me viene a la cabeza es que su elección como presidente de Ganvam supone un reconocimiento total al profesional que ha sabido gestionar durante más de 25 años el peso jurídico (y representativo) de una asociación compleja. Que ya era tarea ardua. Y alegría por saber que estaba ilusionado con ese puesto y por una responsabilidad que culmina una trayectoria que toca cumbre ahora.
Pocos podrán discutir su acreditada capacidad, el nivel de conocimiento y su implicación en el movimiento asociativo vinculado a la automoción en España, siempre dentro de Ganvam. Sin rehuir papeles protagonistas en compañía de otras organizaciones del sector, mirando de tú al oponente, con respeto, tejiendo relaciones fructíferas y provechosas y amparando siempre los intereses de los talleres y de las empresas distribuidoras y de compra-venta de vehículos.
Porque Jaime Barea ha demostrado de sobra que se involucra a fondo en las cuestiones más espinosas, como por ejemplo la relación con las compañías de seguros, en España y ante las instituciones europeas, con el aval de su extensa competencia jurídica y técnica, y asentado en una firme determinación en la defensa de unas convicciones sostenidas y reforzadas con el paso del tiempo. Por eso, la próxima vez que coincidamos, seguro que se me escapará lo mismo que pensé cuando le vi por primera vez, cuando empezó en Ganvam: ¡Qué tío más grande! Y no será sólo por su imponente apariencia física, como fue en aquella ocasión. Mucha suerte, Jaime.