En la actualidad, las carrocerías de los vehículos usan, sobre todo, acero por su resistencia y ductilidad, así como por su bajo coste. Sin embargo, este material tiene como contrapartida que se corroe con cierta facilidad.

La corrosión, explica Certified First en su blog, es un proceso químico provocado por la debilidad del acero, ya que el hierro que hay en él reacciona con el agua y el oxígeno, con lo cual se forma el óxido de hierro que deteriora la chapa. Dicho efecto aumenta en atmósferas calientes y húmedas, o zonas costeras, por ejemplo.

El mencionado proceso hace que mengüen las propiedades mecánicas y físicas, que la chapa se debilite y se vaya deteriorando la estructura del automóvil, lo cual, a su vez, puede provocar deformaciones y puntos débiles en la carrocería.

Con el fin de evitar estas consecuencias, el artículo señala que durante la producción se aplican protecciones anticorrosivas: revestimientos metálicos y no metálicos. En el primer caso (protección catódica), se cubre el acero con otro metal que se oxide más fácilmente que él (el acero hace de cátodo y el otro metal de ánodo), es decir, se oxida sacrificándose en favor del acero.

Además, son necesarios revestimientos no metálicos (pinturas y materiales anticorrosivos) que actúan como barrera de protección. Por otro lado, cuando los vehículos acuden al taller por una reparación, es necesario reponer todas esas protecciones porque, en caso contrario, la humedad puede provocar la oxidación de la chapa.

Por otro lado, la firma indica que, aunque los fabricantes protegen el acero contra la corrosión, parte del cuidado de este elemento recae en los usuarios. Así, para mantener la carrocería en buen estado, es necesario lavar el coche a menudo, reparar inmediatamente cualquier daño, tener cuidado con el salitre, la arena o el barro, y evitar circular por zonas sin asfaltar.